Con medio metro de nieve y temperaturas de hasta 20 grados bajo cero. Así ha sido  el  clima  de nuestra mina de carbón durante el pasado mes de Enero. Un paisaje de ensueño ya que la nieve oculta el enorme deterioro ambiental de un terreno destruido por la minería salvaje y  lo hace todo hermoso.

Nuestro entorno, adquiere  la belleza  de lo agreste, desaparece lo destruido y se ensalza con la nieve en todo su esplendor.  Estamos en Febrero y las últimas manchas de nieve ya han desaparecido, es  tiempo de volver al trabajo, a las plantaciones.

Y ponemos en práctica  novedosas alternativas para conseguir que en los suelos desnudos pueda volver a crecer un árbol.  Los taludes de la mina se  están reforestando con una técnica que confiamos de  el resultado que queremos, que las plantas enraícen  donde apenas hay tierra.

El talud está preparado para recibir a los abedules. El abedul es un árbol colonizador, no requiere suelos muy fértiles y crece con facilidad en las escombreras. Pero estas, están totalmente desnudas de tierra, ni tan siquiera en los últimos 30  años que lleva la mina abandonada, ha conseguido crecer una hierba.

Este es nuestro pequeño secreto. Envolvemos la raíz del abedul en una manta de fibra de coco que esperemos sirva  como  nutriente para el proceso de  nuevo crecimiento de las raíces en cuanto llegue un poco de calor.

Colocado el pequeño plantón en su hoyo,  esperaremos a ver el resultado, si se produce el brote de las yemas y conseguimos que crezca, sabemos que no será lo mismo que sobre suelo fértil, pero ese es el reto, esto es una mina y los abedules  son importantes dentro del hábitat del urogallo.

Y claro, no pueden faltar estos días de plantación los árboles que producen frutos para la fauna silvestre.

El legendario “motopata” del FAPAS, lleva años transportando  plantones por todo tipo de terrenos, a cada cual más complicado. Subiéndolos por terrenos empinados y pedregosos, no nos ha fallado nunca.

2.500 abedules y 300 serbales de cazadores, además de  cerezos, manzanos, perales y ciruelos que van a convertir  este pedazo de  terreno destruido, en un pequeño territorio de alto valor ecológico para incorporarlo a una comarca, La Omaña, donde aún sobrevive el urogallo cantábrico, el último reducto.

Es un proyecto financiado por