Pues por el bien del lobo, esperamos que ASCEL presente el recurso de casación a ver qué pasa.

Y, ¿ por qué lo desestima?

Precisamente ASCEL parece que no ha podido demostrar con estudios científicos la arbitrariedad de matar lobos en Asturias.

Desde el FAPAS, tenemos que lamentar una vez más el doble juego de quién es la cabeza visible de ASCEL, el biólogo, investigador y ecologista Alberto Fernández, un personaje que lleva gran parte de su vida ligado a Asturias utilizando a conveniencia cada una de sus virtudes para no perder oportunidad.

Gil, como representante ecologista fue el primero en oponerse a que FAPAS  llevase a cabo un trabajo de investigación sobre el lobo, un estudio que podía haber sido clave para tener argumentos sólidos contra la Administración asturiana que según parece  ahora posee estudios relevantes, los suficientes como para que la Justicia le dé la razón en las matanzas de lobos.

Esta  ha sido la  apreciación de Gil respecto del proyecto   de  investigación del FAPAS que aparece en la convocatoria a la que fue requerido. 

Era evidente, no estaba él en el proyecto. No lo lideraba o no podía ser útil para sus intereses.

Ahora, la situación es la que es. El Gobierno del Principado de Asturias puede matar cuantos lobos plantee en función de sus únicos y exclusivos estudios, que por cierto nadie conoce, salvo la justicia claro. Nadie que lo pueda rebatir, nadie que pueda argumentar otros criterios técnicos o científicos.

Es bueno que se conozca el doble juego en ASCEL de Alberto Fernández Gil que aparece como Vicepresidente, ignoramos si aún lo es, intuimos que sí. Si es así,  ASCEL es una  organización que merece una gran duda sobre su honestidad ambiental con el lobo. ¿Juega de verdad a la conservación de esta especie o es una más en usar a la naturaleza, en este caso al  lobo para conseguir  sus intereses?, o al menos los de este personaje.

Y lo cortés no quita lo valiente, buen trabajo de ASCEL  en Castilla y León, pero  Castilla y León no es Asturias, aquí se juega a otro juego, Alberto Fernández Gil lo sabe bien, pues durante años ha flirteado con la Administración asturiana y mientras se beneficiaba de ello parecía mudo.